Cemitérios


Os cemitérios são lugares, de algum modo, enjeitados. Uns fingem que os ditos não existem, talvez porque tiveram a sorte de não terem levado a enterrar alguém; outros sabem bem o que isso é, mas fogem do local, como se essa evasão tornasse menos palpável a sua perda. Outros há, que fazem dos cemitérios, um espaço de culto e de presença assídua, incluindo a visita como uma parte da sua rotina. Com efeito, fica-se a saber muito dos que já foram e dos que ficaram a chorar quem partiu, nas deslocações aos cemitérios - as campas dos vizinhos, o detalhe das lápides, as flores e os enfeites. Se usarmos a atenção plena, o nosso cérebro acaba por ter ali, um momento de mindfulness.


Não consigo precisar, com detalhe, a primeira vez que pisei num cemitério. Sei que foi ainda no tempo em que vivia na Argentina, por isso, terá sido por volta dos 5 anos de idade. Guardo a memória de um cemitério diferente dos portugueses, um conjunto de paredes altas com “gavetas” ou, como eles dizem, “los nichos”. Cabe ali gente a dar com um pau, sem sombra de dúvida.

Em Portugal, só voltaria a entrar num cemitério aos 15 anos de idade, para levar flores à nova “morada” da nossa mãe. Nunca me causou estranheza ou receio andar por ali. No fundo, sabia que nada de mal me podia acontecer naquele espaço, até sentia algum conforto – por mais mórbido que isso pareça. Lembro-me, inclusive, nos primeiros meses da perda, de ir ao cemitério quase todos os dias, depois das aulas – começou a fazer parte do meu “novo normal”.  Fazia-o como um ritual, um momento de introspeção e acolhimento – creio que na minha casa (pai e irmã) não tinham a noção da quantidade de vezes que eu lá ia. Penso nisso, agora, tantos anos volvidos, e pode parecer um pouco estranho, visto de fora. Na prática, a minha mãe não estava/está ali. Mas a morte é um bicho de difícil digestão e demora (bastante) até conseguirmos conviver com aquela dor.

Na última visita ao cemitério – que me fazia falta porque já tinham passado muitos meses – observei uma campa diferente das outras – a “moldura” era de mármore, mas o centro tinha relva, uma grama verde, impecavelmente tratada. Fez-me recordar os cemitérios dos Estados Unidos. Esta assumiu um maior destaque, por ser a única, no meio de tantas outras quase iguais.

O melhor foi contemplar, por instantes, o empenho do senhor que estava a fazer a sua manutenção, com as mãos a cortar as camadas extra de grama e regando a campa, delicadamente. Não consegui resistir ao instante mágico e dirigi-me aquele desconhecido com umas palavras de apreço, às quais ele me respondeu:
- “É o amor, faço isto há 20 anos!”.

Ele disse TUDO com um olhar de afeto contagiante. Caminhei, em direção à saída, com um regalo no peito, por ter tido a oportunidade de contemplar uma prova de amor, criativa e inesperada.

Pensei, no regresso a casa, em modo de mantra que me invadiu a alma: o amor salva, o amor é a resposta -  mesmo quando consideramos que o caminho chegou ao fim.

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 Texto en Español

Cementerios
Los cementerios son lugares que, de alguna manera, son de mala reputación. Algunos fingen que los dichos no existen, quizás porque tuvieron la suerte de no haber tenido que enterrar a nadie; otros saben bien de qué se trata, pero huyen del lugar, como si esta evasión hiciera su pérdida menos palpable. Hay otros que hacen de los cementerios un lugar de culto y una presencia constante, incluida la visita como parte de su rutina. Puede parecer morboso, pero hay muchas cosas que aprendemos de quienes se fueron y lloraron de quienes se fueron antes de visitar los cementerios: las tumbas de los vecinos, el detalle de las lápidas, las flores y los adornos. Si usamos la atención plena, nuestro cerebro termina teniendo un momento de contemplacion alli.


Realmente no puedo decir, en detalle, la primera vez que entré en un cementerio. Sé que todavía estaba en el tiempo que viví en Argentina, por lo que habrá tenido alrededor de 5 años. Mantengo el recuerdo de un cementerio diferente al portugués, un conjunto de paredes altas con "cajones" o, como dicen, "los nichos". Hay ahi mucha gente, sin duda.

En Portugal, solo regresaría a un cementerio a la edad de 15 años, para llevar flores al nuevo "hogar" de nuestra mamá. Nunca me hizo sentir rara o tener miedo de caminhar ahi. Como tenía que vivir con la muerte de alguien tan cercano, sabía que nada malo podía pasar en ese espacio, incluso me sentía un poco sostenida, por mórbido que parezca. Me acuerdo que en los primeros meses de la pérdida, iba al cementerio casi todos los días, después de la escuela, a camino de casa, comenzó a ser parte de mi "nueva normalidad". Lo hice como un ritual, un momento de introspección y aceptación. Creo que en mi casa (padre y hermana) no sabían la cantidad de veces que fui allí. Lo pienso ahora, muchos años después, y puede parecer un poco raro desde el exterior. En la práctica, mi mamá no estaba / está allí. Pero la muerte es un animal que es difícil de digerir y se necessita tiempo hasta que podamos vivir con ese dolor.

En la última visita al cementerio -  que eché de menos porque habían pasado muchos meses - observé una tumba diferente a las demás: el "marco" estaba hecho de mármol, pero el centro tenía pasto, un pastito verde y bien cuidado. Me recordó a los cementerios en los Estados Unidos. Aca este tenia mayor destaque, ya que es el único, entre tantos otros casi iguales.

Lo mejor de ese momento fue contemplar, por un instante, el esfuerzo del hombre que estaba haciendo su mantenimiento, con sus manos cortando el pastito para dejarlo prolijo. No pude resistir a ese momento mágico y me dirigí al desconocio para felicitarlo, a lo que él respondió:
- "¡Es el amor, lo hago hace 20 años!".

Lo dijo todo con una mirada de afecto contagiante. Caminé, hacia la salida, con un verdadero placer en el pecho, por haber tenido la oportunidad de contemplar una prueva de amor, creativa e inesperada.

Pensé, en el regreso a mi casa, como un mantra que invadió mi alma: el amor es la respuesta, el amor siempre es el camino, incluso cuando lo consideramos terminado.

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