Gelado de limão, por favor!

 

Não sei o que seria de mim sem a minha memória. Confesso que já dei por mim, naqueles estados ruminantes sem qualquer noção, a pensar como seria se me esquecesse de tudo o que vivi.

O que faria eu sem as paisagens que percorri com estes olhos que um dia a Terra há de comer? – pergunto-me se o mesmo ditado se aplicaria em casos de cremação. Quem seria a minha pessoa se não carregasse, neste peito, as milhentas histórias que tive a oportunidade de experienciar e todas as outras que conheço através dos viveres alheios?

Quando nascemos, a nossa memória é como um carro “0 Km” - ou talvez não. Já se carregam emoções captadas no ventre materno ou, para quem acredita, de vidas passadas. Momento a momento, o baú das memórias vai aumentando a quilometragem. Na verdade, o ser humano só se reconhece como tal, graças à sua capacidade de se lembrar quem é.

Obviamente, essa capacidade tem as suas desvantagens, como tudo na vida. Daria bastante jeito, em algumas alturas, carregar num botão e fazer reset a determinados acontecimentos. Mas… depois o puzzle ficaria incompleto! Ficaríamos com buracos no meio das histórias e não haveria cola suficiente para as ligar. Assim sendo, parece-me que a melhor hipótese continua a ser viver em companhia da velha memória.


Num exercício de introspeção – sim, a loucura dá para isto nas horas vagas - o mais atrás que consegui ir foi à primeira vez que comi um gelado. É poderoso este mecanismo que nos ajuda a recordar dos factos através das sensações e dos sentidos. Lembro-me, exatamente, do sabor do gelado que experimentei, por indicação do meu pai, o qual argumentou que seria essa a melhor opção para começar a incursão gulosa. Engraçado também é vislumbrar a imagem que tenho do meu pai naquela época, tão idêntica à atual - ele nunca falou connosco de forma “abebezada”, pelo menos, até onde a minha cabeça consegue apurar. Desde tenra idade, a minha relação com o Senhor Hugo é de enorme cumplicidade e companheirismo, algo que se manteve intocável até ao presente, volvidas 4 décadas.

- Gelado de limão, por favor! – continuo fiel a este sabor, sendo o meu preferido até hoje. Sabe se lá porquê…

“A memória é frágil e o trânsito de uma vida é muito breve e sucede tudo tão depressa que não conseguimos ver a relação entre os acontecimentos na ficção do tempo, no presente, no passado e no futuro (…)“

(Isabel Allende, A Casa dos Espíritos)


Texto en Español

¡Helado de limón, por favor!

No sé qué haría sin mi memoria. Confieso que ya me encontré, en esos estados rumiantes, pensando cómo sería si olvidara todo lo vivido.

¿Qué haría yo sin los paisajes que he recorrido con estos ojos que un día se comerá la Tierra? – ¡¿Me pregunto si el mismo dicho también se aplica en casos de cremación?! ¿Quién sería yo si no llevara en el pecho las miles de historias que tuve la oportunidad de vivir y todas las demás que conozco a través de la vida de otros?

Cuando nacemos, nuestra memoria es como un coche de “0 km”, o tal vez no. Emociones capturadas en el vientre materno o, para quienes creen, de vidas pasadas, ya están cargadas. Momento a momento, el cofre de los recuerdos aumenta el kilometraje. De hecho, el ser humano solo se reconoce a sí mismo como tal, gracias a su capacidad de recordar quién es.

Por supuesto, esta habilidad tiene sus desventajas, como todo lo demás en la vida. Sería muy útil, a veces, presionar un botón y olvidar ciertos eventos. Pero… ¡entonces el rompecabezas estaría incompleto! Tendríamos agujeros en medio de las historias y no habría suficiente pegamento para conectarlos. Por lo tanto, me parece que la mejor opción sigue siendo vivir en compañía de la vieja memoria.

En un ejercicio de memoria -sí, la locura puede hacer eso en mi tiempo libre- lo más lejos que pude llegar fue la primera vez que comí helado. Este mecanismo es poderoso que nos ayuda a recordar hechos a través de sensaciones y sentidos. Recuerdo, exactamente, el sabor del helado que probé, por recomendación de mi padre, argumentando que esa sería la mejor opción para iniciar mi incursión en esas delicias. También es divertido echar un vistazo a la imagen de mi padre en ese momento: nunca nos habló de una manera infantil, al menos, hasta donde mi cabeza puede llegar. Desde temprana edad, mi relación con el Sr. Hugo es de complicidad y compañerismo, algo que se ha mantenido intocable hasta el presente, luego de 4 décadas.

- ¡Helado de limón, por favor! – Me mantengo fiel a este sabor, siendo mi favorito hasta el día de hoy. Quien sabe por qué…

“La memoria es frágil y el tránsito de una vida es muy breve y todo sucede tan rápido que no podemos ver la relación entre los acontecimientos en la ficción del tiempo, en el presente, en el pasado y en el futuro (…)“
(Isabel Allende, La casa de los espíritus)

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