Quando é que nos tornámos adultos e o mundo ficou sério demais?!
“
(…) Ríamos a correr para os braços dos adultos numa entrega absoluta. Eles, os
adultos, atiravam-nos ao ar e apanhavam-nos com mãos ásperas, e, talvez por
isso, quando crescemos nunca mais deixamos de, esporadicamente, sonhar que
voamos. E de sonhar com gigantes e anões, pois eram essas as nossas proporções.”
(Afonso Cruz, In O Pintor Debaixo do Lava-Loiças)
Numa viagem que fiz recentemente, voltei
ao velho vício de ouvir conversas alheias - desta vez, a prosa não se revelou
tão deliciosa como em outras ocasiões. Comecei a escuta por um mero acaso,
talvez por me tentar distrair da cavaqueira mental que me absorvia. Chamou-me a
atenção o discurso monocórdico e formal de uma rapariga – não sei precisar a
idade, mas não teria mais do que uns 18/19 anos – que se assumia, altivamente,
como a monitora de um grupo de crianças – catequese ou algo do género. Um sermão
de cariz petulante, pseudomoralista e, sobretudo, chato, destinado a miúdas de
9/10 anos, fez-me virar a cabeça para trás várias vezes, no sentido de confirmar
com os olhos, a impressão do que estava a captar com os ouvidos. Tratava-se,
sem dúvida, de uma imposição patética de quem tem uma meia dúzia de anos a mais
e pensa que sabe tudo sobre a vida: - «para a próxima teremos de ter outros
critérios de seleção de quem vem ao convívio!». Fez-me lembrar a arrogância das
praxes académicas em que os alunos do 2º aluno exigem ser apelidados de
«doutores» pelos caloiros que são tratados abaixo
de cão, literalmente.
[Autoria da imagem: Adriana Oliveira]
Agarrei-me à cadeira, e vi que os dois
rapazes da fila ao lado apresentavam a mesma expressão estupefacta do que eu em
relação à insolência daquela pirralha.
Apeteceu meter-me na conversa – na realidade era um monólogo em tom de
ditadura - mas contive-me. Olhei pela janela e como estava quase a chegar ao
destino, tentei abstrair-me, o que se revelou impossível porque fui
interrompida por um sussurro estranho, de difícil perceção – em pleno
autocarro, a tal rapariga estava a rezar o terço em voz alta. Pensei que
estaria a ouvir mal e fiz questão de confirmar – ‘Avé Maria…’. Era real, estava
mesmo acontecer! Estava a rezar, muito concentrada, imediatamente depois de um episódio que
poderia ser apelidado de tudo, menos de compaixão pelo próximo. Obviamente que
aqui não é criticável a profecia religiosa, apenas o paradoxo de comportamentos
revelado.
Saí do autocarro e fui à minha vida -
como vamos todos. Não sei como terá terminado o filme do sermão dos peixes que assisti naquela tarde. A rapariga aparentava demasiada
amargura para tão pouca experiência de vida. Espero que, mais cedo ou mais tarde, ela possa cair em si, e não queira ser adulta, antes do seu devido tempo. O mundo gira
depressa e, quando damos por ela, já está sério demais. Ela pensa que sabe
tudo; no entanto, desconhece, seguramente, que se só a essência de quando somos
crianças nos pode preservar quando a dureza da vida nos quer levar por diante.
Na infância, somos exímios em viver o
presente – mesmo quando não vivemos, exatamente, no melhor dos cenários. Temos
a capacidade única de meter os problemas em gavetas e desfrutar do que nos dá
prazer, ao máximo. À medida que o tempo passa, tornamo-nos menos capazes. Ficamos
reféns da zaragata mental que nos
manipula a olhos vistos. Esquecemos o toque da areia molhada nos nossos pés,
quando nos enterramos completamente nas brincadeiras dos dias longuíssimos de
praia. Deixamos de lembrar o quão maravilhoso é saltar em cima das camas – à
revelia dos pais - e achar que vamos morrer de cócegas. Pensamos que vamos
mesmo morrer a rir – e se isso acontecesse seria tão bom, não?!
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Texto en Español
Cuándo
nos volvimos adultos y el mundo se puso demasiado serio?
(...)
Nos ibamos corriendo hacia los brazos de los adultos en una entrega absoluta.
Ellos, los adultos, nos soltaban al aire y nos recogían con manos ásperas, y,
tal vez por eso, cuando crecemos nunca más dejamos de, esporádicamente, soñar
que volamos. Y de soñar con gigantes y enanos, pues eran esas nuestras
proporciones.
(Alfonso
Cruz, In El Pintor Bajo el Lavaplatos)
En
un viaje que hice recientemente, volví al viejo vicio de oír conversaciones
ajenas - esta vez, lo que escuche no fue tan delicioso como en otras ocasiones.
Empecé la escucha por un mero azar, tal vez por intentar distraerme de mi
conversación mental interna. Me llamó la atención el discurso monocórdico y
formal de una chica - no sé decir la edad, pero no tendría más que unos 18/19
años - que se asumía, altivamente, como la responsable de un grupo de niños -
catequesis o algo así. Un sermón de cariz petulante, moralista y, sobre todo,
aburrido, destinado a niños de 9/10 años, me hizo girar la cabeza varias veces,
en el sentido de confirmar con los ojos, la impresión de lo que estaba captando
con los oídos. Se trata, sin duda, de una imposición patética de quién tiene
una media docena de años más y piensa que sabe todo sobre la vida: - «para la
próxima tendremos que tener otros criterios de selección de quien viene a la
convivencia». Me recuerda la arrogancia de las prácticas académicas en las que
los alumnos del segundo año de la facultad exigen ser llamados
"doctores" por los del primero que son tratados como perros.
Me
agarré a la silla, y vi que los dos chicos de la fila al lado presentaban la
misma expresión estupefacta que yo en relación a la insolencia de esa chica. Me
daban ganas de meterme en la conversacion - parecia más un monólogo en tono de
dictadura – pero me controlé. Miré por la ventana y como estaba casi llegando
a destino, intenté abstraerme, lo que resultó imposible porque fui
interrumpida por un susurro raro, de difícil percepción - en pleno autobús, esa
chica estaba rezando el rosario en voz alta. Pensé que estaba oyendo mal y intenté
confirmar - 'Avé Maria ...'. ¡Era real, estaba sucediendo! Estaba rezando muy
concentrada inmediatamente después de un episodio que podría ser todo, menos de
compasión por el prójimo. Obviamente que aquí no es criticable el acto de la
oración, sólo la paradoja del comportamientos.
Salí
del autobús y me fui, como todos. No sé cómo habrá terminado la película del sermón a los peces que asistí en esa tarde.
La muchacha parecía demasiado amarga para tan poca experiencia de vida. Espero
que caiga en sí, tarde o temprano y no quiera ser adulta antes de su debido
tiempo. El mundo gira rápidamente y, cuando nos damos cuenta, ya está demasiado
serio. Ella piensa que lo sabe todo; sin embargo, desconoce, seguramente, que sólo
la esencia de cuando somos niños nos puede salvar cuando la dureza de la vida
nos quiere llevar por delante.
En
la infancia, somos excelentes en vivir el presente, incluso cuando no vivimos
exactamente en el mejor de los escenarios. Tenemos la capacidad única de meter
los problemas en cajones y disfrutar de lo que nos da placer, al máximo. Cuando
pasa el tiempo, nos volvemos menos capaces. Nos quedamos rehenes de la confusión
mental que nos manipula. Olvidamos el toque de la arena mojada en nuestros
pies, cuando nos enterramos completamente en los largos dias de playa. Dejamos
de recordar lo maravilloso que es saltar encima de las camas - a las escondidas de nuestros padres - y pensar
que vamos a morir de cosquillas. Pensamos que vamos a morir de tanto reír - y, si
acaso, eso sucediese sería tan bueno, no ?!
Por esas cosas de la vida uno olvida lo lindo de leer al otro. Me encantó el texto Celes!
ResponderEliminarMuchas gracias, Hilen!
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